sábado, 21 de enero de 2012

Historias de sábado

Y qué esperaba que dijera Don Señor. No lo supo. Simplemente esperó y esperó, viendo como la vida pasaba por el marco de la ventana. Cómo el cielo, de azul celeste pasaba a morado y después a negro y se llenaba de puntos brillantes. Dicen que a esos puntos les llaman estrellas; también dicen que hay personas que incluso pasan noches enteras pidiéndoles deseos, a esos puntos y creen en ellas. También dicen que muchas otras se guían de ellas. Para ella eran puntos, en un fondo oscuro, que cambiaban de lugar con el paso de los días, y que eran divertidos de observar desde la ventana mientras esperaba la aparición de Don Señor. 
Pasaron esos puntos de un lugar a otro hasta regresar al mismo, en días había calor, en otros tantos frío. A veces no se podía siquiera abrir la ventana por la torrencial lluvia que se mezclaba con la nostalgia y no sólo hacía llorar afuera. Sino que también adentro. Y no sólo en su rostro. Sino también en su alma. 
Así fue cada mañana, en la que hacía mil preguntas en voz baja. Cómo estará? Dónde estará? Habrá una respuesta?
Con el paso de los días las preguntas fueron variando, y se convirtieron en curiosidad por sentir el sol en la piel, por sentir el aire helado en la cara, por la curiosidad de ponerse un suéter y salir a la calle. Por saber por qué los pájaros trinan con tal intensidad al amanecer y al anochecer y a otras horas no. 
Y aunque la respuesta de Don Señor nunca llegó, y que el miedo a lo desconocido era grande; la curiosidad la mató. Un día decidió salir. Enfrentar el clima, sentir el sol, escuchar que a fuera no sólo hay trinos, sino voces, gente, murmullos, autos, camiones y diversos ruidos que al principio parecían ensordecedores pero que con el paso de los días se fueron volviendo sonidos comunes. Parte del día a día, que fomentó la curiosidad por descubrir cada día más. Por saber qué, cómo, cuándo y a dónde se fue todo el tiempo perdido. El tiempo que ahora esta claramente dibujado en su cabello en hilos plateados, en su rostro con zurdos que definen el estado de ánimo de años que quedó marcado en la comisura de los labios y en las marcas de la frente. 
Y ahí está. Aún con miedo pero menos. Con una nueva definición de esperanza.  Reconociendo que en ocasiones esos puntos brillantes llamados estrellas escuchan sin saber, cumplen sin querer y ponen enfrente un nuevo cielo azul, un nuevo despertar y una nueva oportunidad de comenzar, dejando como un recuerdo en una memoria no muy buena, todo el tiempo a la espera de la respuesta de Don Señor. 

lunes, 9 de enero de 2012

Cajita de té

Hay ocasiones en que de las cosas más simples pueden surgir los recuerdos más extraños; aquellos que queríamos dejar guardados, porque en su momento fueron insignificantes, pero que sin darnos cuenta siempre tuvieron el mayor de los significados. 
Así pasó hoy. Gracias al frío. Fui a la cocina en el típico ritual de una cómoda y friolenta tarde en casa. Hacer una taza de té. Buscar la variedad en la alacena, y darme cuenta que tiene tantos dias que no hago compras que se han acabado casi todas las infusiones. menos esas, las que estaban guardadas en una linda caja roja con tapa café.
Esas que llevan ahí poco más de un año, en esa caja que se abrió solo un par de veces, y que guardaba recelosa tus favores favoritos de té.
De golpe llegó el recuerdo. De todas esas tardes esperando, de la ilusión de tener a la mano siempre algo con qué darte gusto. La caja se convirtió intocable. Con una carga de recuerdos tan densa y tan pesada que logró que durante mucho tiempo mi vista ni siquiera tomara en cuenta su existencia hasta que la necesidad del día de hoy lo logró. 
Ahí. De pie a un lado de la tetera, que rompía el silencio con su insistente chillido; noté nuevamente la existencia de esa caja y del significado de ella y de los recuerdos y de los momentos. 
Fue entonces, que permanecí un rato en la nostalgia; simplemente observando el tiempo perdido que esa misma caja significa. Un par de minutos después y gracias al chillido de la tetera, regresé al presente. Recobré la sonrisa, dejé la nostalgia, rompí el tabú de respetar esas cosas que yo decidí que fueran tuyas, acepté el hecho de que nunca lo fueron y decidí sumergir el recuerdo en agua hirviendo, para así disfrutar del frío contemplando la ventana mientras tomo un té que para mí hoy es de esperanza.