martes, 10 de mayo de 2011

Mudanzas...

El 5 de diciembre del 2007 llegué a este edificio. Feliz por encontrar trabajo justo antes de quedarme sin efectivo después de mi semestre sabático, y emocionada por saber que seriamos vecinos.
No recuerdo si le dije o no. Pero eventualmente nos encontramos y en una de esas millones de conversaciones después de comer le dí la noticia. Desde mi ventana en el piso 15 se podía ver el edificio en el que él pasaba los días.
Así de cerca. Sólo una calle.
Fuimos desarrollando diversas costumbres durante el tiempo que compartimos el "rumbo laboral". A veces él hacía la vista en el piso 15 otras yo cruzaba la calle hasta el piso 4. Procurabamos comer juntos lo más seguido posible. Tomamos toneladas de café, compartimos todas las tardes de marchas y fuimos escribiendo recuerdos por toda la larga avenida.
Con el tiempo él se fué. Yo me quedé en el mismo edificio. Las visitas eran esporádicas pero emocionantes. Esas llamadas de "asómate a la ventana" y verlo ahí, aventando besos al aire mientras yo veía con cara de idiota a alguien mandar besos a un edificio.
En el mismo lugar leí correos, hablé por teléfono, hice mi trabajo y en momentos de ocio disfruté por la ventana tormentas, atardeceres rosados, fúricas ráfagas de viento; viví en este edificio, temblores, simulacros, barricadas policiacas. Esperé, salí corriendo a la primer llamada. En ocasiones regresé sonriendo; en otras llorando, y fueron muchas las mañanas en las que llegué con lentes para que no se notara el estrago de las lágrimas durante la noche.
Durante esos años, seguí aquí. Esperando, para que cuando él volviera pudiese encontrarme aquí. Cuidando el piso, el rumbo, nuestros recuerdos, las casualidades, las coincidencias y así poder seguirlo llamado estúpidamente destino.
Me he ido secando poco a poco. Dejé de disfrutar el día a día laboral y todo mi entorno comenzó a convertirse en el nido de recuerdos dolorosos que hacían del simple hecho de pensar en "ir a trabajar" un infierno emocional por recorrer todos los días el mismo camino, ver por la ventana lo mismo, y controlar recordar todos los momentos vividos en la zona. Obviamente, el adios definitivo tenía que ser en el mismo rumbo. Quizá para cerrar el ciclo. Pero aún paso todos los días por los mismos lugares y considero absurdamente injusto que a él no le pase lo mismo.
Ahora toca la mudanza. Hemos comenzado a empacar. Afortunadamente me cambio de edificio; y sí, es por la misma zona pero estoy segura de que en aquella existen menos recuerdos y quizá más cosas por descubrir.
Así es que mientras reviso documentos, clasifico que se va y que se queda, es inevitable recordar por las fechas cada momento, cada problema, cada conversación, alegría, plan, proyecto o sueño que construímos juntos no sólo en este piso, sino en este rumbo. Encuentro papelitos, notas de periódico y archivos que me hacen recordar de inmediato tantas cosas que en su momento fueron emocionantes y ahora sólo causan un terrible dolor.
Hubiese deseado simplemente dejar todo aquí, o quizá tirar todo a la basura sin tener que ahcer el recuento (que por culpa de mi memoria fotográfica) con cada fecha laboral me hace recordar algún momento que se desarrolló a la par.
Pero por algo pasan las cosas. Aunque quisiera que la mudanza fuese automática, procuro empacar "dignamente" ese pasado al que le aposté mi vida entera, que me dejó deshecha y del que intento reconstruírme de entre lúgubres escombros.
No sólo es esa mudanza. También otra. Los planes para cambiar de trabajo siguen y así alejarme de ese entorno en el que me mantuve tanto tiempo con la estúpida idea de seguir con cierto vínculo (aunque fuese profesional) con él.
Nuevos aires  (aunque confieso que mis pulmones aún no aguantan todo el aire), mucho miedo (de enfrentarme después de tanto tiempo a todo aquello que no conozco o había olvidado) y la sensación de estar "como perro sin dueño" aún no se va. Aún extraño demasiado, una parte de mí no quiere aceptar que le aposté el todo a nada, todavía no me acostumbro a no "platicar los acontecimientos del día" o a tener pláticas explicadas en "palitos y bloitas". Aún quisiera ver esos ojos, o borrarme la imagen de las manos, quisiera dejar de desear encuentros mágicos y casuales que resuelvan todo.
Pero ya no está en mi. Y creo que esta mudanza es el mejor ejemplo de ello. Me resisto pero tengo que hacerlo.
Dejar ir ha sido una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer en mi vida. Pero encontrar nuevamente quien soy después de ello es infinitamente mucho más complicado, terrorífico, solitario y por el momento triste que he tenido que enfrentar hasta el día de hoy.