Pasaron esos puntos de un lugar a otro hasta regresar al mismo, en días había calor, en otros tantos frío. A veces no se podía siquiera abrir la ventana por la torrencial lluvia que se mezclaba con la nostalgia y no sólo hacía llorar afuera. Sino que también adentro. Y no sólo en su rostro. Sino también en su alma.
Así fue cada mañana, en la que hacía mil preguntas en voz baja. Cómo estará? Dónde estará? Habrá una respuesta?
Con el paso de los días las preguntas fueron variando, y se convirtieron en curiosidad por sentir el sol en la piel, por sentir el aire helado en la cara, por la curiosidad de ponerse un suéter y salir a la calle. Por saber por qué los pájaros trinan con tal intensidad al amanecer y al anochecer y a otras horas no.
Y aunque la respuesta de Don Señor nunca llegó, y que el miedo a lo desconocido era grande; la curiosidad la mató. Un día decidió salir. Enfrentar el clima, sentir el sol, escuchar que a fuera no sólo hay trinos, sino voces, gente, murmullos, autos, camiones y diversos ruidos que al principio parecían ensordecedores pero que con el paso de los días se fueron volviendo sonidos comunes. Parte del día a día, que fomentó la curiosidad por descubrir cada día más. Por saber qué, cómo, cuándo y a dónde se fue todo el tiempo perdido. El tiempo que ahora esta claramente dibujado en su cabello en hilos plateados, en su rostro con zurdos que definen el estado de ánimo de años que quedó marcado en la comisura de los labios y en las marcas de la frente.
Y ahí está. Aún con miedo pero menos. Con una nueva definición de esperanza. Reconociendo que en ocasiones esos puntos brillantes llamados estrellas escuchan sin saber, cumplen sin querer y ponen enfrente un nuevo cielo azul, un nuevo despertar y una nueva oportunidad de comenzar, dejando como un recuerdo en una memoria no muy buena, todo el tiempo a la espera de la respuesta de Don Señor.
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