lunes, 9 de enero de 2012

Cajita de té

Hay ocasiones en que de las cosas más simples pueden surgir los recuerdos más extraños; aquellos que queríamos dejar guardados, porque en su momento fueron insignificantes, pero que sin darnos cuenta siempre tuvieron el mayor de los significados. 
Así pasó hoy. Gracias al frío. Fui a la cocina en el típico ritual de una cómoda y friolenta tarde en casa. Hacer una taza de té. Buscar la variedad en la alacena, y darme cuenta que tiene tantos dias que no hago compras que se han acabado casi todas las infusiones. menos esas, las que estaban guardadas en una linda caja roja con tapa café.
Esas que llevan ahí poco más de un año, en esa caja que se abrió solo un par de veces, y que guardaba recelosa tus favores favoritos de té.
De golpe llegó el recuerdo. De todas esas tardes esperando, de la ilusión de tener a la mano siempre algo con qué darte gusto. La caja se convirtió intocable. Con una carga de recuerdos tan densa y tan pesada que logró que durante mucho tiempo mi vista ni siquiera tomara en cuenta su existencia hasta que la necesidad del día de hoy lo logró. 
Ahí. De pie a un lado de la tetera, que rompía el silencio con su insistente chillido; noté nuevamente la existencia de esa caja y del significado de ella y de los recuerdos y de los momentos. 
Fue entonces, que permanecí un rato en la nostalgia; simplemente observando el tiempo perdido que esa misma caja significa. Un par de minutos después y gracias al chillido de la tetera, regresé al presente. Recobré la sonrisa, dejé la nostalgia, rompí el tabú de respetar esas cosas que yo decidí que fueran tuyas, acepté el hecho de que nunca lo fueron y decidí sumergir el recuerdo en agua hirviendo, para así disfrutar del frío contemplando la ventana mientras tomo un té que para mí hoy es de esperanza.

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