Hoy una de las noticias más tristes que puede recibir alguien llego hasta el auricular de mi teléfono incluso antes de que el sol saliera.
Esa noticia fué la muerte de un ser querido. Muy querido, del que aprendí muchas cosas, a quién admiré y cuya vida con altas y bajas me ha hecho reflexionar en numerosas ocasiones acerca de mi propia existencia.
No sé qué me da más tristeza; el que se va o los que se quedan.
Una historia de amor incondicional incomprensible que llegó a su fin en el famoso "en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad; hasta que la muerte nos separe...." y ese momento llegó hoy.
Qué difícil es darse cuenta de que uno es adulto, cuando los adultos conocidos comienzan a irse. Uno a uno, a dejarnos su lugar en el escenario familiar. Cuando las risas, los cantos y las llamadas son mitigadas por el proceso natural de la vida y no nos queda más que el recuerdo, la trascendencia, las anécdotas, y la enorme tristeza que se acomodará como nostalgia con el paso de los días.
Inevitable es autoanalizar las circunstancias propias, ponernos en los zapatos de los cercanos y prepararnos lentamente para los procesos que sabemos que llegarán pero que en el fondo no queremos que lleguen nunca.
Vivir en lugar de sobrevivir, dejar huella en los demás con una sonrisa y alegría en cada recuerdo. Lograr que la trascendencia sea por atenciones, buenas acciones y cariño incondicional en lugar de los errores cometidos.
Él lo logró, así lo recuerdo, con alegría aunque no pueda evitar el nudo en la garganta después de la sorpresiva noticia.
Aceptar que soy adulta, que el tiempo pasa, que no lo he aprovechado de manera correcta y que siempre hay una sacudida inesperada que lo que busca es sacarte de la niebla y más allá de la tristeza, te regala reflexión y un golpe de vida.
La enfermedad ha terminado.... que tengas buen viaje.
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