Y un día despiertas y te das cuenta que ya nada es igual, que el paso del tiempo ha hecho efecto, que las manos no son las mismas, que los cabellos son más blancos, que la mirada es dura y que la sonrisa difícil.
Ese día, te das cuenta que ya nada es igual, que las piernas pesan, que tienen venitas, que hay celulitis, que tu ropa no te queda y que los ojos ya no brillan.
Es imposible no aceptar el paso del tiempo, breve o no, hay situaciones que nos hacen envejecer a la velocidad de la luz, que nos hacen cambiar por completo todo, lo que sentimos, lo que pensamos, esas ideas lindas llamadas ilusiones que se rompieron como burbujas de jabón y ahora; simplemente ya no están. Y no hay agua, ni jabón ni arito para volver a hacerlas. Es más... es aliento es limitado para formarlas de nuevo.
Y ahí esta, la razón, motivo o elemento que ha dejado madurar el tiempo para bien o para mal; reconozco que en mi caso es para mal. Y está ahí. Permanentemene, sufriendo también las inclemencias del tiempo. Como una barda, firme y altiva en mi camino, que cada día se vuelve más erosionada, le crecen plantitas, le ponen grafitis. Oscura y húmeda, frente a mi. Como un reto que debo de pasar para seguir caminando. Sé que es más fácil rodear la barda. Sé, que cuando era bella (la barda y yo) debí de hacerlo. Cuando aún tenía fuerzas para simplemente caminar y dar la vuelta. Pero no. La empuje hasta que lastimé mis manos pensando que podría moverla. Me lastimaron sus espinas y seguí empujando. La humedad que creció en ella entró por mis pulmones y me impide respirar correctamente, tengo las manos sucias, la cara maltratada, no tengo fuerza paara seguir empujando.
Ante mi rotunda negativa a darle la vuelta (es decir, de la manera sencilla); esta semana, el tiempo me puso una escalera. Ahí la contemplo, recargada y firme y al parecer me permitirá cruzar la barda. Me ha dado miedo, mucho, porque no soy tan intrépida, porque estoy cansada, porque las escaleras no llegan así; de la nada. La contemplo, es una escalera buena, firme, su base es lo suficienemente sólida para soportar mi cansado cuerpo. Los peldaños se ven sólidos y sobre todo cómodos para aferrarse a ellos mientras trepo la barda.
Ayer agarré la escalera.... subí el primer escalón y ahí me quedé. Aterrada, temblando aferrada al peldaño. Sin bajar ni subir. Sólo ahí. Apretando los ojos y simplemente sintiendo el miedo a todo lo que da. Sé que bajar el pié no es opción, porque no sé si el piso en el que estaba ha desaparecido. Y sé que debo de dar un paso más hacia arriba si es que quiero seguir caminando. Pero no me atrevo porque no sé qué hay al final. No sé qué voy a hacer cuando llegue a la cima de la barda. Me aterra no poder imaginarme cómo es el paisaje detrás de ella. ¿Y si ya arriba me doy cuenta de que no puedo bajar, y me quedo ahí, sentada en una barda vieja, observando desde arriba un paisaje que no pueda alcanzar por el temor a que del otro lado no hay escalera y tengo que brincar? ¿Y si ese brinco duele más que todo lo que ha dolido la contemplación y el envejecimiento tanto de la barda como mío?
Estoy asustada.... Pero tengo que hacerlo. Todo está ahí. Sólo tengo que vencer el miedo.
¿Será que pueda?
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