viernes, 15 de octubre de 2010

Cuando no hay nada que decir.

La tranquilidad es absurda. El cansancio y las irresistibles ganas de no salir de cama me señalan clarmente la evasión que quiero aplicar a mi estado de ánimo actual.
En fin, no estoy triste, no estoy deprimida, sólo estoy enojada y decepcionada de todo lo que me rodea. TODO. Mi trabajo y lo "demás".
Llevo dos días sin contestar mensajes, creo que está padre ahorrarme 1.75 más iva por mensaje si realmente no tengo nada que decir.
siempre he pensado que los mensajes se contestan, aunque sea por cortesí o educación.Pero ahora si no tengo nada que decir. Y si le pienso un poco, lo único que se me ocurre son sapos y culebras queno quiero que en esta ocasión salgan de mi boca.
Me siento tan cansada. Es como si me hubiesen quitado la venda de los ojos y hoy puedo ver la realidad, así como es. Y me duele, un poquito pero no me soprende. Es más. Me causa más enojo que otra cosa y la neta, no, no tengo nada que contestar.
Debo confesar que llevo 24 horas teniendo toda clase de escenas mentales en las que puedo aplicar diversos tipos de venganza para liberar mi enojo y que incluso algunas de esas escenas me han provocado una que otra carcajada malciosa. Y entonces arrugo la nariz y pienso "ash... por qué no soy tan mala!!!" y si. Me molesta no ser lo suficientemente mala, cruel, culera, malasangre como para poder aplicar alguna de esas millones de ideas que se me ocurren para sentirme aunque sea un poco menos enojada.
Acabo de llegar a la oficina, si fuera por mi no estaría aquí. Y si lo hice es porque aunque ya tomé la decisión de renunciar en diciembre, pues mínimo debo hacer la "finta" de aquí a esa fecha no?
Así que bueno. Jefe debe irse en un par de horas, así que en un par de horas aplicaré el "nada por aquí, nada por allá, y puffff desapareceré a mis sagrados aposentos a practicar mi deporte reciente favorito. La evasión.
Así como lo diría mi interlocutor "necesito una cura de sueño" y quizá después de dormir tooodas esas horas, tenga la fuerza, el valor, el coraje o el discurso lo suficientemente bien estructurado para darle fin a algo que jamás tuvo un principio.

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